Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo.
SAGRADA ESCRITURA
Mateo 5, 1-11
Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
TEXTOS PARA MEDITAR
Este mes, nuestro retiro nos ayuda a profundizar en el Jubileo que la Iglesia celebra bajo el lema 'Una esperanza que no defrauda'. Este tiempo de gracia nos llama a fortalecer nuestra vocación cristiana como 'Sal de la tierra y luz del mundo', explorando en las bienaventuranzas la imagen del verdadero discípulo de Jesucristo. Las 'paradojas' de estas enseñanzas nos abren los ojos a cómo Dios ve y valora la realidad, una perspectiva muy distinta a la nuestra.
Estamos llamados a ser luz y sal en un mundo que anhela esperanza. Sin embargo, nuestro seguimiento de Jesús, incluso tras muchos años, puede verse amenazado por la tibieza. Anhelamos ingresar por la verdadera Puerta Santa, que es Jesucristo mismo. Como nos exhorta el Papa en la Bula del Jubileo: 'la esperanza se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús'. Quisiéramos que todos los hombres cruzaran esta Puerta Santa para alcanzar la verdadera paz, para cada uno y para el mundo entero, y aquella esperanza que no defrauda.
BENEDICTO XVI. Domingo 30 de enero de 2011
El Evangelio presenta el primer gran discurso que el Señor dirige a la gente, en lo alto de las suaves colinas que rodean el lago de Galilea. «Al ver Jesús la multitud —escribe san Mateo—, subió al monte: se sentó y se acercaron sus discípulos; y, tomando la palabra, les enseñaba» (Mt 5, 1-2). Jesús, nuevo Moisés, «se sienta en la “cátedra” del monte» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 92) y proclama «bienaventurados» a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a quienes tienen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos (cf. Mt 5, 3-10). No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que viene de lo alto y toca la condición humana, precisamente la que el Señor, al encarnarse, quiso asumir, para salvarla. Por eso, «el Sermón de la montaña está dirigido a todo el mundo, en el presente y en el futuro y sólo se puede entender y vivir siguiendo a Jesús, caminando con él» (Jesús de Nazaret, p. 96).
Las Bienaventuranzas son un nuevo programa de vida, para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes, presentes y futuros. En efecto, cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia y enjuga las lágrimas de los que lloran, significa que, además de recompensar a cada uno de modo sensible, abre el reino de los cielos. «Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo» (ib., p. 101). Reflejan la vida del Hijo de Dios que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte, a fin de dar a los hombres la salvación.
Un antiguo eremita afirma: «Las Bienaventuranzas son dones de Dios, y debemos estarle muy agradecidos por ellas y por las recompensas que de ellas derivan, es decir, el reino de los cielos en el siglo futuro, la consolación aquí, la plenitud de todo bien y misericordia de parte de Dios… una vez que seamos imagen de Cristo en la tierra» (Pedro de Damasco, en Filocalia, vol. 3, Turín 1985, p. 79).
El Evangelio de las Bienaventuranzas se comenta con la historia misma de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, porque —como escribe san Pablo— «Dios ha escogido lo débil del mundo para humillar lo poderoso; ha escogido lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta» (1 Co 1, 27-28). Por esto la Iglesia no teme la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad a menudo atraída por el bienestar material y por el poder mundano. San Agustín nos recuerda que «lo que ayuda no es sufrir estos males, sino soportarlos por el nombre de Jesús, no sólo con espíritu sereno, sino incluso con alegría» (De sermone Domini in monte, I, 5, 13: CCL 35, 13).
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la Virgen María, la Bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza para buscar al Señor (cf. So 2, 3) y seguirlo siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.
Examen de conciencia
1. Jesús subió al monte y les enseñaba: «Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los que lloran... los mansos...» (Mt 5, 1-12). Cuando Jesús nos enseñó las bienaventuranzas, nos trazó un estilo de vida según su corazón. ¿Cuando hablo con Dios, le pido que me dé luces sobre cómo puedo vivir las bienaventuranzas en mi día a día?
2. «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza» (2 Co 8, 9). Dentro de mis circunstancias económicas y profesionales, ¿me he dejado influenciar por el consumismo o sé poner al servicio de mi misión las cosas y el tiempo del que dispongo? ¿Vivir con Dios me da serenidad, confianza y sentido del humor ante la falta de dinero, de tiempo o de cualidades físicas o intelectuales que me gustaría tener?
3. «El único bien es amar a Dios con todo el corazón y ser aquí abajo pobre de espíritu» (Santa Teresa de Lisieux). ¿Procuro comprender que todo lo que tengo lo he recibido gratuitamente de Dios y que el espíritu de la Obra me lleva a utilizar lo necesario para desarrollar mi vocación?
4. «Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares de alegría» (Salmo 125,5). ¿Cómo busco en Jesús el consuelo y la paz? Cuando trato a los demás, ¿de qué manera podría transmitir paz, consuelo y alegría?
5. «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt, 11,29-30). ¿En qué aspectos necesito la luz y la fuerza del Espíritu Santo para ser manso y humilde como el Señor, también en mi trato con los demás?
6. En este año jubilar, ¿procuro abrir mi corazón para recibir las gracias especiales de este tiempo, incluyendo la indulgencia jubilar tan a menudo como me sea posible? ¿De qué manera procuro ser un signo de esperanza para los demás, reflejando en mi vida diaria la paz y la alegría que provienen de Jesucristo, nuestra verdadera Puerta Santa?